De ida y vuelta
- Noelia
- 19 abr 2021
- 3 Min. de lectura

📸 Majesty of nature, Santuario de la mariposa monarca, Michoacán, México. Santiago Arau, 2019.
Vestía un traje de lino color crema con sombrero a juego y zapatos marrones. Arrastraba la maleta por el andén como quien arrastra el peso de toda una vida sobre sus espaldas. Minutos antes nos habíamos despedido con un beso en la frente y con la promesa de que no tardaría en volver. Sus palabras todavía resuenan en mí, aunque de manera lejana. Desconocía en aquel momento que los últimos días de mi infancia se esfumaban.
-Un billete de ida y vuelta, por favor-
- ¿Para el mismo día?
- Sí, voy a visitar a una amiga que...
-Treinta y siete euros, ¿efectivo o tarjeta?
-Efectivo.
Es la primera vez que viajo sola y comienzo a sentir como el nerviosismo se va apoderando de mí. Repaso mentalmente las técnicas de relajación aprendidas y me viene a la cabeza la de las barras y estrellas. Empiezo a contar con los dedos y muevo los labios de manera silenciosa:
-Arizona, Arkansas, Missouri, Colorado, Texas, Wyoming, Luisiana……-continuo así hasta que me subo al tren.
Un señor muy amable me acompaña hasta mi asiento y es entonces cuando consigo calmarme. Parece que mi treta ha funcionado, y el vaivén de mariposas que sentía en la tripa ha parado. Leo un poco para entretenerme y sin darme cuenta he llegado a mi destino.
Patricia me espera en la estación, está radiante. Pasamos el día en la playa, riendo, brindando por nuestra amistad y tomando el sol de media tarde. Me alegro de haber ido a visitarla y me alegro también por el día que hemos vivido juntas. De vuelta a la estación, observo a una chica sentada en un banco, me fijo en ella porque me encanta la falda que lleva, me detengo un poco más y me doy cuenta de su tristeza. Lleva puestas unas gafas de sol y puedo ver como llora escondida tras ellas. Me pregunto qué le pasa, y estoy apunto de acercarme para tenderle un pañuelo, pero no lo hago. Se sube delante de mí y nos sentamos juntas en la misma fila. Le suena el teléfono y se pone a hablar con una amiga, me siento incomoda al principio, pero la curiosidad me puede y finjo seguir leyendo, aunque en realidad solo escucho atenta su conversación. Cuando cuelga no puedo evitar mirarla a los ojos y decirle:
- Ese capullo no te merece, te acaba de hacer el favor de tu vida-
Ella me devuelve una tímida sonrisa, seguida de un:
-Gracias.
Miro el reloj y me desespero, llevo dos horas en esta estación esperando a que él aparezca y no me contesta al teléfono. Hago tiempo mientras escribo, mañana tengo que entregar el artículo y en vez de quedarme en casa trabajando he decidido que era una buena idea venir a verle. Me levanto a dar una vuelta para estirar las piernas y lo veo doblar la esquina, entusiasmada corro tras él, pero no es a mí a quien besa. Salgo corriendo de allí y me subo en el primer tren de vuelta. No puedo para de llorar, por suerte el vagón va casi vacío y puedo desahogarme sin disimulo. No llevo una falda floreada como la chica de mi relato ni tampoco nadie se acerca para consolarme. Entonces recuerdo las palabras del narrador y las pronuncio par mí, esta vez en silencio y hacia dentro.
No recuerdo las veces que volví a hacer ese viaje, una y otra vez se repetía de la misma forma. Lloraba sin entender que sencillamente hay trenes que pasan por nuestras vidas pero no son para nosotros, y que somos la suma de todos nuestros viajes de ida pero sobretodo de los de vuelta.
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