top of page

Ella

Hacían el amor. Con calma, con deleite, con tiempo. En silencio y con los ojos cerrados. Sintiendo cada caricia sobre la arena de aquella cala blanca e infinita. Ya en la habitación, desnudos sobre las sábanas blancas de seda, tomaron un zumo de naranja natural con fresas. Los rayos del primer sol, dibujaban a contraluz los pliegues de la cama. Sólo se escuchaba el eco de sus risas mientras se desperezaban, aún exahustos, de la noche anterior.

Hacía tres semanas, visitaron París. Las ostras y el champán les acompañaron durante aquella cena, eterna, en uno de los restaurantes más famosos de la ciudad de la luz. El local olía a canela y estaba alumbrado por la tenue luz de las velas. Ella estaba preciosa, el pelo recogido le favorecía. Él le dijo por primera vez que la quería.

La primera noche, corrieron descalzos y borrachos por las calles de Madrid. Acabaron en un portal cantando rancheras bajo una alegre luna, que les miraba, cómplice. Los besos fueron feroces, apresurados.

Después se enviaron whatsapps cargados de poesía. Con la ilusión de un regalo recién abierto. Las primeras citas fueron dispersas, algo torpes. Se querían. Se querían cuando llovía, se querían bajo un sol radiante, se querían entre tinieblas, sobre la nieve. Se querían en invierno y en primavera. En otoño y en verano. Se saboreaban, se degustaban, se escanciaban.

La vio a lo lejos. Sentada distraída ojeando una voluminosa novela de bolsillo. La boina calada, el cabello suelto cubriendo sus hombros sobre una chaqueta de tweed color crema. Y esos grandes ojos tristes que le hipnotizaban. A veces, nostálgica, miraba por la ventana para ver el paisaje. En aquel vagón que no llevaba a ninguna parte.

Ella no lo había visto y él disfrutó de su visión sin prisa. Recreándose en cada detalle. Su boca de fresa, sus delgadas manos, sus piernas infinitas.

¿Era ella? Si, seguro que era ella. Volvió a recordar sus besos, sus caricias, la perfección de su cuerpo desnudo. Sus brazos desvistiéndola.

El convoy frenó bruscamente y comenzó el trasiego de pasajeros. Ella se incorporó. Ahora o nunca. - Perdone pero creo que se ha equivocado.

Y una tristeza infinita cubrió el vagón de sombras.


 
 
 

Comments


©2021 por Entre líneas. Creada con Wix.com

bottom of page